Rojo, blanco, lunares negros.
Puerta entreabierta, zapatos nuevos
que buscan tu pie pequeño, taconeo suave
invitando entrar al viento.
En los balcones, gitanillas de todos los colores
y adentro, la flor irisada más deseada,
fresca, de pétalos eternos, aún mojada
por el rocío de una madrugada
que jamás se acaba.
Brazos ligeros y gráciles que rasgan el aire,
cintura que ondula el cuerpo
y piernas, sugerentes y tersas, que de repente
reposan obsequiosas entre las sábanas de un lecho.
Renunciando al día, penetré en la noche,
embriagado por los aromas de tus balcones,
adivinando que el resquicio abierto era para mí.
Ni erré ni tuve que buscarte.
Hoy, el esqueleto seco de aquella flor
que sentí eterna,
yace entre las primeras y amarillentas hojas
del libro inacabado de los recuerdos de mi vida.
Nicolas Martín Arroyo
Puerta entreabierta, zapatos nuevos
que buscan tu pie pequeño, taconeo suave
invitando entrar al viento.
En los balcones, gitanillas de todos los colores
y adentro, la flor irisada más deseada,
fresca, de pétalos eternos, aún mojada
por el rocío de una madrugada
que jamás se acaba.
Brazos ligeros y gráciles que rasgan el aire,
cintura que ondula el cuerpo
y piernas, sugerentes y tersas, que de repente
reposan obsequiosas entre las sábanas de un lecho.
Renunciando al día, penetré en la noche,
embriagado por los aromas de tus balcones,
adivinando que el resquicio abierto era para mí.
Ni erré ni tuve que buscarte.
Hoy, el esqueleto seco de aquella flor
que sentí eterna,
yace entre las primeras y amarillentas hojas
del libro inacabado de los recuerdos de mi vida.
Nicolas Martín Arroyo
1 comentario:
Me ha gustado mucho.
Enhorabuena a su anonimo autor.
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